Yo, agnóstico, y en ese momento sin ninguna inquietud espiritual, acepté a ir a Alpha por dar gusto a mi mujer. Las cenas fueron cayendo, una tras otra, y aunque fui cogiendo cariño a la gente de la mesa, la verdad es que para casi el final estaba igual que como empecé.
Y así llegó el día ocho “¿Sana Dios hoy en día?”. Nos dijeron que ese día no habría debate, sino que se iba a hacer una oración especial para pedir por la sanación de cualquier problema físico, emocional o de otro tipo que pidiéramos tener los que estábamos allí.
En un minuto, había gente tocando y cantando canciones de alabanza, se colocaron varias sillas y al lado de cada una se pusieron 2 personas del equipo. Se nos invitó a sentarnos en ellas para que pudieran rezar por nosotros.
Para alguien de “fuera”, como yo, la escena era bastante peculiar, pero el caso es que la gente fue saliendo, las canciones se sucedieron y cuando ya llevábamos un rato largo, alguien dijo: “tres canciones más y lo dejamos.”.
Yo no tenía intención de salir, pero no sé bien por qué, me levanté al ver una silla libre y para ella que me fui.
La semana anterior me habían dado unos resultados de una resonancia magnética sobre mi rodilla derecha que me dolía insistentemente desde hacía 4 meses. Tenía el músculo interno del muslo un poco flojo, con lo cual el músculo externo tiraba de la rótula, que se desplazaba a la derecha y me daba con el cartílago, y esto me producía ese el dolor.
Yo no había rezado en mi vida
Yo no había rezado en mi vida, pero antes de empezar me dijeron que simplemente le habláramos a Dios como a un amigo. Así que mientras ellos rezaban por mí, yo simplemente pedí que se me pasara el dolor de la rodilla.
Lo que viene a continuación me tuvo por varios meses en shock: me levanté de la silla y el dolor había desaparecido, y no me ha vuelto a doler nunca más desde ese día.
Así que empecé a darle vueltas al tema, y solo veía dos alternativas: el dolor se fue solo o era una curación milagrosa. Esto segundo me parecía imposible, pero cuanto más lo pensaba, lo primero se me antojaba más increíble.
Además, la alternativa “curación milagrosa” tenía un problema, porque de aceptarse significaba que Dios existía y si Dios existía, ¿yo iba o no iba en la vida por el camino correcto…?
Así que decidí explorar esta alternativa. Hablé con el sacerdote y me dijo que fuera con tranquilidad. Simplemente empecé a aprenderme las oraciones más básicas y a ir a Misa con mi mujer y con un misal que me servía de poco porque me perdía a cada paso…
Leí un montón de artículos y varios libros sobre conversiones y sobre razones para creer. Esto por un lado me supuso acumular razones para tener fe, pero por otro me despistó, porque los testimonios de conversión que leía eran del tipo “el Espíritu Santo atravesó mi alma, experimenté el Amor de Dios ardiendo en mi pecho y me tiré 2 horas llorando”. Y claro, yo de eso nada de nada. Y me decía: “si eso es tener fe, yo no tengo fe”.
Tras unos meses debatiéndome entre creer y no creer, me invitaron a un Cursillo de Cristiandad. Y allí, un sacerdote, hablando de la fe, dijo algo como que “la fe no es un sentimiento, y menos un sentimiento irracional, sino algo objetivo, razonable, fundamentado en razones”.
Y a mí eso me abrió los ojos, fue lo que necesitaba oír. Tras mi curación en Alpha y esos dos meses de búsqueda, fue oír eso y todo se colocó en su sitio. También ayudó el ambiente de hermandad tan intenso que se vive en un Cursillo de Cristiandad, algo que sólo se puede explicar porque Dios está ahí en medio.
Allí mismo, en el Cursillo, tras mi primera confesión, hice mi primera comunión.
Creo que la Evangelización es algo que nos compete también a los laicos, y que además es algo extremadamente necesario. No hay más que ver cómo está el mundo para darse cuenta de que necesita que los cristianos, que deberíamos ser la “sal del mundo”, intentemos llevar amor al mundo, tal como nos pidió Jesús en el Evangelio “amaos los unos a los otros como yo os he amado”.