La primera vez que oí hablar de Alpha fue en 2014. Por aquel entonces participaba de manera más o menos activa en la Pastoral Universitaria de Jaén.
A comienzos del curso 2014/2015 el capellán de la pastoral, Paco, me invitó a probar “algo muy chulo”. No quiso proporcionarme mucho detalles al respecto e insistió en que acudiera un día a la semana por la noche a cenar a un local. No fui el primer día, y recuerdo sentirme mal después por no ir. Algo en mi interior me susurraba que Alpha cambiaría mi existencia.
Desde el principio me enganché a Alpha. El día de ir a Alpha era diferente del resto de días. En parte por la gente, en parte por la comida, y en parte por lo que hablábamos allí. Cada martes acudía con ilusión y dejaba a un lado los agobios característicos de mi etapa universitaria. Con el paso de los días la curiosidad dejó de ser lo que me atraía principalmente y fue reemplazada por la fascinación por saber más y el aprecio por el ambiente que se creaba.
A comienzos de 2015, una vez terminado Alpha, Paco me propuso un reto: ser líder en Alpha junto con otros dos jóvenes. Las dudas me asaltaron por aquel entonces: ¿sería capaz?, ¿daría la talla?, ¿cometería errores?. Sin embargo, él me animó a mirar más allá de estas y me recordó que no son las personas quienes hablan en Alpha, sino el Espíritu Santo. Con esa convicción me lancé a la piscina.
Hoy puedo afirmar que involucrarme en Alpha fue una de las mejores decisiones que tomé. Pude ser un testigo privilegiado de la actuación del Espíritu Santo en muchos corazones a lo largo de los cinco cursos que hice como anfitrión. Dialogar con personas de muy diversos pareceres me enriqueció el corazón y el alma y me ayudó a recordar que la Fe es un regalo que todos merecen recibir.
Tuve dudas. Busqué respuestas. Las encontré en el lugar más inesperado.
Gracias a Alpha encontré un nuevo sentido a mi vida.